Dos leyendas sabáticas

Dos leyendas sabáticas

Hay un mundo de leyendas relativas al descanso y a la tradición sabáticos. Aquí se reproducen dos de ellas…

Estas historias fueron incluidas por Erna S. Schlesinger en su libro “La zarza ardiente”. 
  
El cuarto mandamiento

Un condimento especial El emperador romano Adriano quiso que Josué ben Ianania le explicara por qué los manjares judíos del shabat despedían siempre un
aroma tan delicioso.

El rabí le contó que los judíos usaban un condimento especial, llamado Sabat. Naturalmente, el emperador quiso comprar ese riquísimo condimento, pero ãl_ rabí no pudo complacerle, y le dijo:

– “La especia sabática tiene un gusto extraordinario sólo para aquellos que cumplen con el shabat. Cuando la usan otras personas, la encuentran insípida y rancia“.

José, el Sabático

Eran dos hombres que vivían en casas contiguas. El uno era un pobre diablo; el otro un rico señor.

El pobre José penaba toda la semana para ganar su diario sustento; pero, llegado el sábado, compraba sin mezquindad los mejores pescados, el asado más suculento y la harina más fina para festejar la comida sabática.

Sentado a una blanca mesa, elevaba cánticos de gracia a su Dios, olvidando así todos los sinsabores pasados.

El vecino rico se burlaba del fiel servidor de Dios, diciendo:

¿De qué te sirve celebrar el sábado con tantos manjares, si sigues siendo el pobre José? Yo, que no me preocupo de Dios ni de su día, vivo siempre en la abundancia y soy un hombre pudiente“.

El devoto José no contestó a tan impías palabras ni dejó por ellas de santificar el shabat ni de cumplir con sus sagradas reglas.

Poco después, un astrólogo predijo al vecino rico que se perdería toda su fortuna y que esta iría a parar a manos de José.

Asustado, aquel vendió cuanto poseía y compró, en cambio, muchas perlas de gran valor, las unió con un hilo y adornó con ellas su sombrero. Se embarcó acto seguido con rumbo a tierras lejanas, pretendiendo así huir de su destino.

Pero mientras navegaba, se levantó un fuerte viento sobre el mar, arrebatándole el sombrero y tirándolo a él mismo al mar, despojado de su fortuna.

El pobre José acudía a la feria, un viernes, para comprar pescado, según era su costumbre, cuando le ofrecieron un ejemplar excepcionalmente grande.

A pesar del alto precio, José lo adquirió y lo llevó a su casa. Con este sabroso plato pensaba honrar debidamente el shabat.

Al abrir el pescado, encontró entre sus vísceras una larga hilera de perlas, la misma que perdiera el rico vecino durante el tormentoso viaje.

Enriquecido así de repente, pudo en adelante festejar el sábado sin sufrir necesidades durante la semana.

Fuente: “Cabalat shabat”, Departamento de Juventud de AMIA, 1969

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