Hoy es el coronavirus, pero antes fueron otras las enfermedades que motivaban situaciones tan desgarradoras como esta...
Una carta de lectores al diario Forverts de Nueva York, de 1908
Querido editor:
Soy uno de los infelices que vienen sufriendo por largos años la enfermedad del obrero (tuberculosis). El tiempo y las circunstancias me enseñaron a ser paciente y aguantar.
Soy el padre de una niña de tres años, inteligente y linda que atrae la atención de todos. Los que la conocen la abrazan y la besan. Sólo yo no debo hacerlo. Lo sé demasiado bien, pero no puedo privarme.
Cada vez que tengo la niña en mis brazos y la beso, mi conciencia me molesta.Me prometo no volver a hacerlo pero no puedo vencer mi debilidad. Eso me angustia más que los sufrimientos de la tuberculosis, porque contagio a mi niña inocente.
Cada vez que yo beso a mi hija, siento los ojos de mi mujer puestos en mí como si quisiera gritarme “asesino”, pero no dice una sola palabra, sólo su cara se pone roja.
Sé que hay una lucha dentro de ella; aprieta los labios y se queda silenciosa. Trata de alejar la niña de mí, pero a la vez no quiere herirme.
Los sufrimientos de mi mujer agravan mis penas.
¿Qué puedo hacer si no se controlarme? Por favor, aconséjeme cómo comportarme. Les agradeceré de antemano,
Un padre infeliz
El diario contesta:
Nos destroza el corazón tener que contestarle que se controle y deje de besar a su hija. Es el único consejo que podemos darle. Debe disciplinarse. Puede vivir mucho tiempo,a pesar de su enfermedad, y disfrutar de satisfacciones que le proporcione su hija.
