Krivozer, el shtetl que amaba a su hijo trans

Krivozer, el shtetl que amaba a su hijo trans

La historia de Berel-Beyle, el hombre trans judío aceptado como uno más por su comunidad en el siglo XIX…

Mucho antes de la existencia de las redes sociales, existía un lugar en el que “la gente de a pie” podía hacer escuchar su voz y contar su historia y la de los suyos: la sección de cartas de lectores de diarios y revistas.

Entre ellas se destaca la del Forverts (Forward en inglés), el gran periódico en idish de Nueva York, cuya sección de cartas de lectores se transformó a lo largo de décadas en un tesoro inestimable de relatos y experiencias de los inmigrantes judíos del Este de Europa, y un balcón privilegiado para atisbar sus vidas.

En la década del ’30, un inmigrante judío de Brooklyn llamado Yeshaye Katovski contó por primera vez la historia de Berel-Beyle en una carta al editor del Forverts (o Forward). Katovski, que provenía del shtetl (las aldeas rurales en las que vivía la mayoría de los judíos en Europa Oriental) ucraniano de Krivozer (Krive Ozero en ucraniano), había leído en el Forward sobre las mujeres atletas que compitieron en los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936 y que regresaron a los Estados Unidos como hombres.
Esas historias, absolutamente novedosas para la época, llamaron de inmediato la atención de los lectores estadounidenses, pero para Katovski no era nada nuevo.

En nuestro shtetl de Krivozer, Ucrania, todos conocían a Beyle, la chica que vendía arenques, gansos y otros alimentos. Era una pelirroja alta y de constitución robusta.

Hablaba también con una voz de bajo profundo y caminaba con pasos duros y pesados. La forma en que se comportaba siempre provocaba un sentimiento de incertidumbre: algo así como que no era del todo una mujer, pero tampoco del todo un hombre”.

Según Katovski, el padre de Beyle llevó a su hij@ a muchos rabinos para buscar guía y ayuda espiritual; pero su respuesta siempre era “Dios ayudará, Dios ayudará”.

Y, al final Dios, y un profesor anónimo pero “importante”, ayudaron.

A los 23 años, Beyle se fue a Odessa y conoció a ese profesor, que ayudó a su transición.

Tras el regreso de Berel-Beyle al shtetl, dice Katovski que:

Y el día que iba a llegar Beyle, la mitad del shtetl corrió al puente a saludarla, o mejor dicho, a saludarlo. Y ya no se llamaba Beyle: ahora era Berel.

Y cuando la vimos, fue como si nos hubieran dejado atontados: ante nuestros ojos estaba un hombre guapo, sano y pelirrojo.

Quien no conociera a Beyle anteriormente jamás habría adivinado que había sido una mujer. A partir de entonces, en el shtetl, ella se llamó Berel-Beyle”.

Berel-Beyle fue bienvenido y aceptado a su regreso al shtetl. Aprendió a rezar, presumiblemente con la ayuda de otros hombres de su comunidad, y asistía a la sinagoga todos los días.

Incluso se casó con su antigua novia (relación “igualitaria” que era evidentemente conocida y aceptada por toda la aldea), quien según Katovski era “una buena chica”.

El amor y la empatía por Berel-Beyle de su comunidad sigue en forma espontánea las enseñanzas del Talmud -que menciona no menos de ocho categorías de género-,   de la noción -que se aplica a todos los seres humanos sin excepciones- y de las múltiples enseñanzas judías que enfatizan la importancia de la vida y de la autonomía corporal. Porque, como concluye Yeshaye Katovski, “en nuestro shtetl, Berel-Beyle siempre tuvo un buen nombre como una excelente y honorable persona judía”.

Fuente:

Noam Sienna, “A Rainbow Thread: An Anthology of Queer Jewish Texts from the First Century to 1969”, Print-O-Craft Press, 2019