
El VIII Congreso Internacional de la Lengua Española llegó a su fin, y una conocida historia jasídica tuvo un inesperado protagonismo en su cierre...
¿Qué más apropiado que cerrar un Congreso de la Lengua con alguien que pasó a la historia como "El Señor (o Maestro) del Buen Nombre? (es decir, Baal Shem Tov en hebreo)
Esta historia fue popularizada por el autor argentino Jorge Bucay, en una versión propia y muy “autoayuda” que ha sido tan reproducida que es prácticamente la única que puede encontrarse al realizar una búsqueda en la web.
En ella, el Baal Shem Tov es transformado en un “cumplidor de deseos”, y la repetición de la historia la que permite que los deseos se sigan cumpliendo aunque el Baal Shem Tov ya no esté.
La relectura de Bucay es tan válida como cualquier otra, nos guste o no el giro “autoayudístico” que le ha dado: ¿qué otra manera hay de volver a contar una historia para que nos siga interpelando, sino es contarla a nuevo cada vez?
Pero para contarla a nuevo, para poder construir a través de ella nuestro propio relato, es preciso también saber cuál es la historia original. Que es, por otra parte, a la que se refiere María Teresa Andruetto.
Un lugar en el bosque, una historia del Baal Shem Tov
Cuando el Baal Shem Tov tenía una tarea difícil que cumplir, se dirigía a un determinado sitio en el bosque, encendía un fuego y se sumía en una plegaria silenciosa; y lo que tenía que hacer se realizaba.
Una generación después, cuando el Maggid de Meseritz se vio frente a la misma tarea, se dirigió al mismo sitio en el bosque y dijo: “No sabemos encender el fuego, pero aún sabemos decir la plegaria”; y lo que tenía que hacer se realizó.
Una generación más tarde, Rabbi Moshe Leib de Sassov tuvo que cumplir la misma tarea. El también fue al bosque y dijo: “Ya no sabemos encender el fuego, ya no conocemos los misterios de la plegaria, pero todavía conocemos el sitio preciso en el bosque donde eso pasaba, y debe ser suficiente”; y lo fue.
Pero cuando pasó otra generación y Rabbi Israël de Rishin debió hacer frente a la misma tarea, se quedó en su casa, sentado en su sillón, y dijo: “Ya no sabemos encender el fuego, ya no sabemos decir las plegarias, tampoco conocemos ya el sitio en el bosque, pero todavía sabemos contar la historia”; y la historia que contó tuvo el mismo efecto que las prácticas de sus predecesores.
En su versión, Elie Wiesel añade: “Dios hizo al hombre porque le gustan las historias”.
Gershom Scholem, por su parte, interpreta:
Esta profunda y pequeña anécdota… refleja… una transformación tan profunda (del jasidismo) que al final todo lo que quedaba del misterio era el relato…
El relato no ha terminado, todavía no se ha convertido en historia, y la vida secreta que guarda en su interior puede irrumpir mañana mismo en ti o en mi.
El relato es entonces, lo que sobrevive cuanto todo lo demás ha desaparecido… pero también lo que permite que nada desaparezca del todo.
Referencias:
Gershom Scholem, Las grandes corrientes de la mística judía, Madrid, Siruela, 2012
Elie Wiesel, Retratos y leyendas jasídicos, Ediciones de la Flor, 1973