Dudas locas sobre los judíos: ¿se bañan?

Dudas locas sobre los judíos: ¿se bañan?

Lo creas o no, una de las preguntas más buscadas en Google es si “los judíos se bañan”. Más allá del estupor inicial, hay que saber que hay una historia detrás

Haz la prueba: escribe en Google “los judíos“, y verás que se despliega una lista de sugerencias (determinada por lo que busca la gente), y que una de ellas es “se bañan“. Es decir: mucha gente busca en Google si “los judíos se bañan Google no da mayores detalles, pero usando otras herramientas (como Ubersuggest) encontramos que: 1-  el volumen de búsquedas es bajo (¡hay esperanzas en la humanidad!) pero estable

2- uno de los países en donde más cunde esta duda es México, en donde la gente al menos pregunta si “los judíos se bañan“.

En el resto de los países, no hay preguntas sino certezas, y la gente busca “porque los judíos no se bañan“: Argentina, Perú, Chile, Colombia, Venezuela. De España, en cambio, no se registran búsquedas con esta herramienta.

3- ¡Pero lo que mayor perplejidad causa es que en Argentina hay anunciantes dispuestos a pagar hasta 15 centavos de dólar por click con esa frase como blanco (aunque, nobleza obliga, hay que aclarar que parecería que Google no los acepta) Pero, ¿de dónde viene tan peregrina presunción? El racimo antisemita y los olores ¿Qué pensamos cuando sentimos que una persona tiene “mal olor“? Pues que no se baña/no se lava. A continuación nos preguntamos “¿por què no se lava?” o, peor aún, directamente afirmamos “no se lava porque bla, bla, bla“. 

El origen de la pregunta “¿los judíos se bañan?” o de la pregunta-afirmación “¿por qué los judíos no se bañan?” tiene que ver seguramente con una vieja muletilla del racismo en general, y del antisemitismo en particular:

El otro, el diferente, el que no es como nosotros -ese del que queremos diferenciarnos para poder crear un “nosotros” diferente del “ellos”- tiene un olor diferente, “huele mal“.

Y ese olor diferente, ese “oler mal” nos permite identificarlo, apartarlo, y sentirnos superiores. En español, se resume con el adjetivo “apestoso”Que apesta o despide un olor repugnante, según el diccionario. ¿Cuántas veces hemos escuchado cosas como “judío apestoso” (o “piojoso”, como hace unos años llamara un político argentino a un periodista judío que lo criticaba), “negro apestoso”, “gitano apestoso”, y así hasta el infinito? 

El historiador de la medicina Jonathan Reinarz ha afirmado que “en el mundo irracional de las políticas racistas, los “extranjeros” siempre apestan y poseen el potencial de contaminar“.

En 1802, por ejemplo, Lorenz Oken elaboró una tipología de las razas que, fruto de la frustración ante la incapacidad del color de la piel para cumplir el propósito de distinguir entre razas, tuvo la “brillante” idea de asociarlas con sentidos corporales específicos.

El europeo blanco era el “hombre de los ojos”, mientras otras “razas” se clasificaban como “oreja” (asiática), “nariz” (nativos americanos), “lengua” (australianos) y hombres de “piel” (africanos) .

Desde el siglo XVIII en adelante, los sentidos jugaron un papel importante en la construcción de la idea de “raza”, y explicaciones diferentes fueron invocadas para los supuestos olores judío, nativo americano y africano.

El “olor judío”, rémora del antisemitismo cristiano

El estereotipo antisemita del foetor judaicus (el “hedor judío”) tiene su origen en la obsesión de la cristiandad medieval con el diablo y los judíos.

Como los judíos habían cometido el “crimen” de no aceptar a Jesús como el Mesías prometido en las Escrituras judías, fueron rápidamente asimilados al demonio encarnado.

El hecho de que Jesús hubiera sido él mismo judío abre inquietantes interrogantes sobre esta asociación entre los judíos y el diablo, pero tales sutilezas se les escapaban a los propagandistas antisemitas medievales. 

Los judíos eran representados en pinturas y esculturas con características demoníacas.

Se decía que tenían un hedor que solo podría ser eliminado por el bautismo, y que “su mal olor antes del bautismo surge de la sordidez de sus hábitos”. O del olor a azufre que los demonios arrastran consigo.

Si hueles porque hueles, y si no hueles porque no hueles

Por más olores imaginarios en los que creas, tu nariz es más difícil de convencer.

Así que si los judíos no olían como se decía que olían, había que buscarle una explicación, cuanto más maléfica mejor.

La más corriente, y que dio a lugar a múltiples asesinatos masivos de judíos a lo largo de la historia: la afirmación de que usaban la sangre de los cristianos para deshacerse del olor (o de que habían crucificado a Jesús con el mismo objetivo). Algo así como que el “olor judío” se quitaría con la sangre de otro judío, y todo para reemplazar al bautismo… ¡en el que los judíos no creían!

Muerto el perro, no se acaba la rabia

Los orígenes teológicos de la creencia en el foetor judaicus se fueron desdibujando progresivamente, pero no la creencia en su existencia, que fue adquiriendo nuevas explicaciones. Desde principios del siglo XVIII, el supuesto mal olor de los judíos es “explicado” por los creyentes en el racismo y las razas por cuestiones  de dieta e higiene (“si huelen, es porque no se bañan“), y ya no por maldición divina.  Las explicaciones fueron mutando, pero la creencia medieval en el “olor judío” demonstró ser tan potente que persistió a lo largo de los siglos, se convirtió en pasaje del Mein Kampf de Hitler, objeto de estudio de los “científicos” nazis (“stinkender Jude”, les decían) y es aún hoy en día uno de los insultos más usados para referirse a los judíos. Apreciados especialmente por las extremas derechas de Europa del Este (“Vonyuchiy yevre“), de Estados Unidos y de Gran Bretaña (en ambos casos, incluyendo a ese oximoron viviente que es la extrema derecha de izquierda): “stinking Jew”, “smelly Jew”, y similares variantes del “judío apestoso“.

Pero al final, los judíos ¿se bañan?

La Torá ordena cuidar bien de la salud, ya que esto muestra respeto a Dios por el don de la vida.

Así que sí: los judíos se bañan, y se lavan, mucho, pero mucho, y hasta un nivel casi obsesivo, pues así lo prescribe la Halajá (la ley religiosa judía).

Hay que lavarse las manos:

– al despertarse
– antes de comer
– después de comer
– luego de concurrir a un cementerio o a funeral
– después de usar el baño
– luego de tocar una parte del cuerpo que está “normalmente” cubierta (para algunos, incluso si esa parte del cuerpo está perfectamente limpia)
– después de tocarse o rascarse la cabeza
– al tocar el calzado (excepto los cordones de los zapatos y los calcetines limpios)
– etcétera, etcétera

También existen detalladas prescripciones sobre el baño, que es obligatorio en ocasiones como la víspera de shabat (el sábado) y las festividades, por ejemplo.

¡Para no hablar de la mikve!

No hay buena acción que quede sin castigo

Así dice el dicho, y en este caso parece tener razón.
En el siglo XIV, Europa fue golpeada por la devastadora “Peste Negra” que se estima que mató a un tercio de la población europea, o 25 millones de personas, gracias sobre todo a la falta de higiene rampante en la población en general.

La comunidad judía sufrió proporcionalmente menos víctimas gracias a su mejor higiene, según lo exigido por requisitos halájicos como los que mencionamos.

Pero, en lugar de preguntarse qué hacían de diferente los judíos para ser menos afectados, y replicarlo para proteger a todos, se expandieron los rumores de que la plaga era el resultado de una conspiración judía para envenenar a los cristianos.

Decenas de miles de judíos fueron masacrados para “evitar” nuevos brotes de la peste, que de ese modo se siguió existiendo y se cobró la vida de millones de personas más.

Para leer un poco más: William Tullett (2016), Grease and Sweat: Race and Smell in Eighteenth-Century English Culture, Cultural and Social History, 13:3, 307-322,
DOI: 10.1080/14780038.2016.1202008

Jonathan Reinarz (2014), Past Scents: Historical Perspectives on Smell, University of Illinois Press